viernes, 26 de junio de 2015

Textos de Ramón Carrillo como homenaje al Dr. Néstor Oliveri...

"El pueblo debe tomar en sus manos la lucha por la salud pública". 

Dr. Néstor Oliveri.


El 24 de junio de 2015 murió un médico del pueblo, para el pueblo y por el pueblo.
El 24 de junio de 2015 murió el Dr. Néstor Oliveri. Murió pero no nos dejó...
O nos dejó su ejemplo, su legado...
Tal vez valgan para él, más que para nadie, los versos del poeta Bertold Brecht: “Llegué a las ciudades en tiempos de desorden, cuando el hambre reinaba. Me mezclé entre los hombres en tiempos de rebeldía y me rebelé con ellos.”
Llegará un día en que triunfe la medicina que anhelamos.
Ese día, junto a los nombres de Salvador Mazza y Ramón Carrillo, se recordará el nombre de Néstor Oliveri.
Y su nombre estará en algún lugar donde se construya una Argentina Independiente con Democracia Grande y Soberanía Popular...
Lo que sigue es un texto de Ramón Carrillo, de 1951. Mucho (y más... ) de lo que transcribimos, sin duda, Néstor Olivieri lo llevó a su práctica cotidiana... y le puso su carne, su sangre, su vida...
Lo hizo verdad encarnada, en estos tiempos de tanta mentira, de tanto “relato”...
Vayan, entonces, los párrafos del Dr. Ramón Carrillo que siguen, como homenaje al Dr. Néstor Oliveri... un indispensable...

TEORÍA DEL HOSPITAL
Ramón Carrillo - 1951
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Es evidente que actualmente no puede haber medicina sin medicina social, y ésta no puede existir sin una política social del Estado.
¿De qué le sirve a la medicina resolver científicamente los problemas de un individuo enfermo, si simultáneamente se producen centenares de casos similares por falta de alimentos, por viviendas antihigiénicas -que a veces son cuevas- o porque ganan salarios insuficientes que no les permiten subvenir debidamente a sus necesidades?
¿De qué nos sirve que se acumulen riquezas en los bancos, en pocas manos, si los niños de los pueblos del interior del país andan desnudos por carencia adquisitiva de los padres y tienen así que soportar índices enormes de mortalidad infantil, del 300 por mil, como ocurre en algunas mal llamadas provincias pobres, que yo llamaría, mejor, provincias olvidadas?
¿Cómo puede enorgullecerse la medicina de aplicar sus técnicas cada vez más perfectas para resolver situaciones individuales, si por cada caso que soluciona tiene infinidad de problemas colectivos de salud que nunca podrán ser resueltos por iniciativa personal del médico?
Los problemas de la medicina, como rama del Estado, no podrán ser resueltos si la política sanitaria no está respaldada por una política social. Del mismo modo que no puede existir una política social sin una economía organizada en beneficio de la mayoría, tampoco puede existir una medicina destinada a la protección de la colectividad sin una política social bien sistematizada para evitar el hambre, el pauperismo y la desocupación.
Para comprender bien nuestros objetivos de gobierno en materia sanitaria, es necesario fijar previamente con claridad los fines de la ciencia médica organizada y dirigida por el Estado en beneficio de la mayoría, es decir, de los no pudientes.
¿Cuáles son, pues, los fines de la medicina? Ante todo, prolongar la vida. Sabemos que la vida, por obra de la medicina, ha aumentado de duración, en los últimos cien años, un promedio de 20 a 25 años.
Prácticamente vivimos una generación más que antes. Pero, para afirmar esa conquista, esa prórroga, hasta ahora no se ha inventado nada mejor, para cuidar al sano o al enfermo curado, que mejorar las condiciones de su existencia y de trabajo, a fin de que el rendimiento de ese hombre y de la colectividad aumenten en propio beneficio y en beneficio de toda la Nación.
Si se estudian sectores sociales diversos, se comprueba que entre los más pobres y dentro de una misma ciudad, allí donde hay subalimentación, mala vivienda y escasos salarios, la longevidad es menor, la talla y el peso más bajo y el coeficiente de inteligencia también inferior.
La condición social, constituida por el régimen de trabajo y las formas diversas de existencia, determina índices de morbilidad y de mortalidad también diversos. En los estratos sociales populares hay más enfermos y más fallecimientos.
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Desgraciadamente, todavía nuestros médicos están encastillados en la idea de la medicina del individuo, aun cuando algunos han percibido ya la necesidad de que junto con la historia clínica del "enfermo", se levante la historia social del hombre.
A la par de los factores propios de la biología perturbada, se acumulan una serie de factores indirectos que concurren a determinar una enfermedad. Por eso, debemos concebir un sistema que permita levantar la historia clínica de cada caso concreto que abordemos en un hospital y, al lado de ella, la historia social de ese hombre enfermo. Ésta debe contener otros elementos de juicio: profesión, psicología, sistema de trabajo, alimentación, organización familiar, etcétera
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He hablado de política "sanitaria" pero, en realidad, la palabra sanitaria está mal empleada, a menos que se la tome como sinónimo de salud pública. Deberíamos decir "política médico-social" o "política argentina de salud pública", términos que serían mucho más precisos. Pero empleamos la palabra "sanitaria" un poco por hábito y otro poco por extensión. Más adelante precisaremos el sentido restringido de lo que entendemos en nuestra organización por sanidad.
¿Por qué decimos "argentina"?
Porque toda política sanitaria o de salud pública tiene que ser nacional por distintos motivos. Las condiciones geográficas, las condiciones de vida, las costumbres, los factores epidemiológicos y sociales, y una serie de circunstancias, son específicas de cada país, por lo cual su política sanitaria debe ser distinta. No obstante ser nacional, la política sanitaria no puede dejar de ser universal en cuanto a las ideas y principios en que se inspira, e internacional en cuanto a los problemas comunes a todos los países, especialmente entre los vecinos, con dificultades lógicamente similares. Esto tiene la ventaja de que, nutriéndose la acción en principios universales, se evitan los sectarismos, la lucha de escuelas y las orientaciones unilaterales, sin dejar por eso de acentuar lo nacional, autóctono o vernáculo. El concepto de nacional -en sentido menos lato- podría ser sustituido por regional o zonal.
¿Cómo hemos sistematizado la ejecución del plan de Salud Pública?
Hemos partido de un principio muy simple: el hombre aislado, en su propio medio biológico, que soporta una enfermedad producida por fallas de orden interno, es materia de la medicina asistencial. Cuando ese hombre se enferma porque lo atacan bacterias desde afuera, porque el medio físico (aire, agua, suelo, clima, etcétera) lo envuelve y lo perturba, entra a jugar lo que se llama la medicina sanitaria. Y cuando actúan sobre el hombre factores que no provienen del medio biológico interno ni del medio físico o bacteriológico, sino que provienen del alimento, de la mala vivienda, del vestido deficiente o de perturbaciones de orden psicológico, en una palabra, de causas originadas en el ámbito social, entonces actúa la medicina social Tenemos, pues, las tres grandes ramas de nuestro organismo de ejecución: medicina asistencial, medicina sanitaria y medicina social.
La medicina asistencial es individual, la sanitaria siempre defiende grupos o núcleos colectivos, y la social toma la colectividad entera, es decir, la sociedad.
La asistencial se ocupa exclusivamente del medio interno; la sanitaria, del medio físico y del bacteriológico; la social, del medio económico familiar y profesional.
La asistencial toma a su cargo ese microcosmos que es el individuo; la sanitaria, el mesocosmos que es el medio ambiente físico-químico y biológico; la social, el macrocosmos, que es toda la órbita humana o medio circundante o comundo, si de alguna manera hemos de traducir a Driesch en su concepto de Umwelt.
Además hay características que diferencian en sus métodos a esas tres grandes ramas: la asistencial tiende a resolver el problema individual cuando se ha planteado, es pasiva; la sanitaria es meramente defensiva, pues trata de proteger; la social es activa, dinámica, y debe ser fatalmente preventiva. La asistencial es reparadora de las fallas patológicas individuales; la sanitaria es profiláctica, concepto que involucra la defensa contra agentes patógenos directos y transmisibles; la social es preventiva -no confundir con profiláctica- porque aborda los factores indirectos de la salud, es decir, los sociales como co-causa de las enfermedades degenerativas (por ejemplo: cardiopatías, cáncer, diabetes, reumatismo).
Éstas son las tres grandes ramas del Ministerio de Salud Pública de la Nación y de cada una de ellas se desprenden todas las direcciones técnicas especializadas.
Naturalmente, esta división es convencional, a los fines de la ejecución, pero la realidad es indivisible, puesto que allí donde se hace medicina individual, se deben hacer medicina sanitaria y medicina social, y viceversa.
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Daniel Defoe, el autor de Robinson Crusoe que, además de novelista fue economista, dijo que el hombre es un capital efectivo. Y Jean Bodin, en 1576, fundador de la economía, afirmó, ya en aquel entonces, que no hay mayor fuerza ni mayor riqueza que el hombre. No puede haber una economía fuerte, una producción alta, sin un pueblo sano y fuerte.
Esto lo sostuvieron siempre los viejos economistas, aunque los de ahora, especialmente en nuestro país, lo han olvidado totalmente. Al tecnicismo bancario y contable pareciera que sólo vale el balance de pagos o el valor de los cambios o de los depósitos. Porque nadie se atrevería a discutir que, a medida que nuestra riqueza nacional crece, también va creciendo el precio que tiene cada argentino. Posiblemente, hace algunos años un argentino no valía tanto; ahora, con el crecimiento de nuestra renta nacional, hay que cuidar a cada argentino como si fuera de oro, porque es un elemento de producción que cada día vale más y que justifica el hecho de que gastemos todo lo que sea necesario en defensa de su salud y, por ende, de su capacidad de trabajo.
Para que la política argentina de salud pública pueda ser una realidad concreta -insisto- es necesario que a nuestros colegas, los médicos, los entusiasmemos con esta manera de pensar y encarar los problemas. Es necesario que los médicos argentinos aprendan a sustituir la medicina de la enfermedad por la medicina de la salud, un factor negativo por un factor positivo. Es preciso que destierren un dogma que, a mi juicio, ha hecho mucho daño a la medicina social. Desde que entramos al hospital como practicantes, todos nos dicen: no hay enfermedades, hay enfermos.
Entonces, nosotros nos dedicábamos a ver enfermos de acuerdo con ese dictado práctico de la medicina individual. Hay que destruir ese dogma, que es perjudicial para la concepción de la medicina social.
Interesan las enfermedades y mucho más que los enfermos aisladamente considerados, porque ellas afectan a las colectividades. No interesa, tanto al médico sociólogo y al hombre de Estado, el enfermo concreto, sino su enfermedad; conocer por qué existe; ir a las causas mesológicas de esa enfermedad.
Cuando se produce el fenómeno de un enfermo, ese hecho individual es un índice del problema colectivo. No hay, pues, enfermos, sino enfermedades.
Los médicos debemos pensar socialmente; así iremos, poco a poco, atenuando esta tremenda mecanización en que vivimos hoy en el campo de la medicina; excesiva bioquímica, excesiva física, excesivo desmenuzamiento de la personalidad orgánica del enfermo. Debemos pensar que el enfermo es un hombre, que es también un padre de familia, un individuo que trabaja y que sufre, y que todas esas circunstancias influyen, a veces, mucho más que una determinada cantidad de glucosa en la sangre. Así humanizaremos la medicina.
También es necesario que comprendamos todos, no solamente los médicos, que la Nación no reside exclusivamente en nuestros campos, en nuestros cereales, en nuestros maizales; ni reside en la pureza de la sangre de nuestro ganado, ni en los depósitos bancarios, ni en las industrias cada vez más pujantes, ni en tantas otras cosas materiales de las que estamos tan orgullosos.
Aceptaría que la Nación está, en gran parte, en nuestra geografía, en nuestra historia, en nuestros emblemas y tradiciones. Pero ni siquiera podríamos hacer residir la Nación en las ciudades, por bellas que fueren, en los monumentos, en las plazas, porque todo nace y termina, en última instancia, en una sola cosa: en el hombre, y más específicamente, en el hombre argentino, que fue capaz de fertilizar esos campos, de criar ese ganado tan puro, de levantar esas ciudades, de hacer la historia y crear los emblemas y tradiciones.
En ese hombre está la verdadera riqueza, la verdadera Nación. Cuidar de ese hombre, cuidarlo física y mentalmente, es la mayor responsabilidad del Ministerio de Salud Pública.

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