"El pueblo debe tomar en sus manos la lucha por la salud pública".
Dr. Néstor Oliveri.
El
24 de junio de 2015 murió un médico del pueblo, para el pueblo y por el pueblo.
El
24 de junio de 2015 murió el Dr. Néstor Oliveri. Murió pero no nos dejó...
O
nos dejó su ejemplo, su legado...
Tal
vez valgan para él, más que para nadie, los versos del poeta Bertold Brecht: “Llegué a
las ciudades en tiempos de desorden, cuando el hambre reinaba. Me mezclé entre
los hombres en tiempos de rebeldía y me rebelé con ellos.”
Llegará
un día en que triunfe la medicina que anhelamos.
Ese
día, junto a los nombres de Salvador Mazza y Ramón Carrillo, se recordará el
nombre de Néstor Oliveri.
Y
su nombre estará en algún lugar donde se construya una Argentina Independiente
con Democracia Grande y Soberanía Popular...
Lo
que sigue es un texto de Ramón Carrillo, de 1951. Mucho (y más... ) de lo que
transcribimos, sin duda, Néstor Olivieri lo llevó a su práctica cotidiana... y
le puso su carne, su sangre, su vida...
Lo
hizo verdad encarnada, en estos tiempos de tanta mentira, de tanto “relato”...
Vayan,
entonces, los párrafos del Dr. Ramón Carrillo que siguen, como homenaje al Dr. Néstor Oliveri... un
indispensable...
TEORÍA DEL HOSPITAL
Ramón Carrillo - 1951
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Es evidente que
actualmente no puede haber medicina sin medicina social, y ésta no puede
existir sin una política social del Estado.
¿De qué le sirve a la
medicina resolver científicamente los problemas de un individuo enfermo, si
simultáneamente se producen centenares de casos similares por falta de
alimentos, por viviendas antihigiénicas -que a veces son cuevas- o porque ganan
salarios insuficientes que no les permiten subvenir debidamente a sus
necesidades?
¿De qué nos sirve que
se acumulen riquezas en los bancos, en pocas manos, si los niños de los pueblos
del interior del país andan desnudos por carencia adquisitiva de los padres y
tienen así que soportar índices enormes de mortalidad infantil, del 300 por
mil, como ocurre en algunas mal llamadas provincias pobres, que yo llamaría, mejor,
provincias olvidadas?
¿Cómo puede
enorgullecerse la medicina de aplicar sus técnicas cada vez más perfectas para
resolver situaciones individuales, si por cada caso que soluciona tiene
infinidad de problemas colectivos de salud que nunca podrán ser resueltos por
iniciativa personal del médico?
Los problemas de la
medicina, como rama del Estado, no podrán ser resueltos si la política
sanitaria no está respaldada por una política social. Del mismo modo que no
puede existir una política social sin una economía organizada en beneficio de
la mayoría, tampoco puede existir una medicina destinada a la protección de la
colectividad sin una política social bien sistematizada para evitar el hambre,
el pauperismo y la desocupación.
Para comprender bien
nuestros objetivos de gobierno en materia sanitaria, es necesario fijar
previamente con claridad los fines de la ciencia médica organizada y dirigida
por el Estado en beneficio de la mayoría, es decir, de los no pudientes.
¿Cuáles son, pues,
los fines de la medicina? Ante todo, prolongar la vida. Sabemos que la vida,
por obra de la medicina, ha aumentado de duración, en los últimos cien años, un
promedio de 20 a
25 años.
Prácticamente vivimos
una generación más que antes. Pero, para afirmar esa conquista, esa prórroga, hasta
ahora no se ha inventado nada mejor, para cuidar al sano o al enfermo curado,
que mejorar las condiciones de su existencia y de trabajo, a fin de que el
rendimiento de ese hombre y de la colectividad aumenten en propio beneficio y
en beneficio de toda la Nación.
Si se estudian
sectores sociales diversos, se comprueba que entre los más pobres y dentro de
una misma ciudad, allí donde hay subalimentación, mala vivienda y escasos
salarios, la longevidad es menor, la talla y el peso más bajo y el coeficiente
de inteligencia también inferior.
La condición social,
constituida por el régimen de trabajo y las formas diversas de existencia,
determina índices de morbilidad y de mortalidad también diversos. En los
estratos sociales populares hay más enfermos y más fallecimientos.
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Desgraciadamente,
todavía nuestros médicos están encastillados en la idea de la medicina del
individuo, aun cuando algunos han percibido ya la necesidad de que junto con la
historia clínica del "enfermo", se levante la historia social del
hombre.
A la par de los
factores propios de la biología perturbada, se acumulan una serie de factores
indirectos que concurren a determinar una enfermedad. Por eso, debemos concebir
un sistema que permita levantar la historia clínica de cada caso concreto que
abordemos en un hospital y, al lado de ella, la historia social de ese hombre
enfermo. Ésta debe contener otros elementos de juicio: profesión, psicología,
sistema de trabajo, alimentación, organización familiar, etcétera
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He hablado de
política "sanitaria" pero, en realidad, la palabra sanitaria está mal empleada, a menos que se la tome como
sinónimo de salud pública. Deberíamos decir "política médico-social"
o "política argentina de salud pública", términos que serían mucho
más precisos. Pero empleamos la palabra "sanitaria" un poco por
hábito y otro poco por extensión. Más adelante precisaremos el sentido
restringido de lo que entendemos en nuestra organización por sanidad.
¿Por qué decimos
"argentina"?
Porque toda política
sanitaria o de salud pública tiene que ser nacional por distintos motivos. Las
condiciones geográficas, las condiciones de vida, las costumbres, los factores
epidemiológicos y sociales, y una serie de circunstancias, son específicas de
cada país, por lo cual su política sanitaria debe ser distinta. No obstante ser
nacional, la política sanitaria no puede dejar de ser universal en cuanto a las
ideas y principios en que se inspira, e internacional en cuanto a los problemas
comunes a todos los países, especialmente entre los vecinos, con dificultades
lógicamente similares. Esto tiene la ventaja de que, nutriéndose la acción en
principios universales, se evitan los sectarismos, la lucha de escuelas y las
orientaciones unilaterales, sin dejar por eso de acentuar lo nacional,
autóctono o vernáculo. El concepto de nacional -en sentido menos lato- podría
ser sustituido por regional o zonal.
¿Cómo hemos
sistematizado la ejecución del plan de Salud Pública?
Hemos partido de un
principio muy simple: el hombre aislado, en su propio medio biológico, que
soporta una enfermedad producida por fallas de orden interno, es materia de la
medicina asistencial. Cuando ese hombre se enferma porque lo atacan bacterias
desde afuera, porque el medio físico (aire, agua, suelo, clima, etcétera) lo
envuelve y lo perturba, entra a jugar lo que se llama la medicina sanitaria. Y
cuando actúan sobre el hombre factores que no provienen del medio biológico
interno ni del medio físico o bacteriológico, sino que provienen del alimento,
de la mala vivienda, del vestido deficiente o de perturbaciones de orden
psicológico, en una palabra, de causas originadas en el ámbito social, entonces
actúa la medicina social Tenemos, pues, las tres grandes ramas de nuestro
organismo de ejecución: medicina asistencial, medicina sanitaria y medicina
social.
La medicina
asistencial es individual, la sanitaria siempre defiende grupos o núcleos
colectivos, y la social toma la colectividad entera, es decir, la sociedad.
La asistencial se
ocupa exclusivamente del medio interno; la sanitaria, del medio físico y del
bacteriológico; la social, del medio económico familiar y profesional.
La asistencial toma a
su cargo ese microcosmos que es el individuo; la sanitaria, el mesocosmos que
es el medio ambiente físico-químico y biológico; la social, el macrocosmos, que
es toda la órbita humana o medio circundante o comundo, si de alguna manera
hemos de traducir a Driesch en su concepto de Umwelt.
Además hay
características que diferencian en sus métodos a esas tres grandes ramas: la
asistencial tiende a resolver el problema individual cuando se ha planteado, es
pasiva; la sanitaria es meramente defensiva, pues trata de proteger; la social
es activa, dinámica, y debe ser fatalmente preventiva. La asistencial es
reparadora de las fallas patológicas individuales; la sanitaria es
profiláctica, concepto que involucra la defensa contra agentes patógenos
directos y transmisibles; la social es preventiva -no confundir con
profiláctica- porque aborda los factores indirectos de la salud, es decir, los
sociales como co-causa de las enfermedades degenerativas (por ejemplo:
cardiopatías, cáncer, diabetes, reumatismo).
Éstas son las tres
grandes ramas del Ministerio de Salud Pública de la Nación y de cada una de
ellas se desprenden todas las direcciones técnicas especializadas.
Naturalmente, esta
división es convencional, a los fines de la ejecución, pero la realidad es
indivisible, puesto que allí donde se hace medicina individual, se deben hacer
medicina sanitaria y medicina social, y viceversa.
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Daniel Defoe, el
autor de Robinson Crusoe que,
además de novelista fue economista, dijo que el hombre es un capital efectivo.
Y Jean Bodin, en 1576, fundador de la economía, afirmó, ya en aquel entonces,
que no
hay mayor fuerza ni mayor riqueza que el hombre. No puede haber una economía fuerte, una producción alta, sin un pueblo
sano y fuerte.
Esto lo sostuvieron
siempre los viejos economistas, aunque los de ahora, especialmente en nuestro
país, lo han olvidado totalmente. Al tecnicismo bancario y contable pareciera
que sólo vale el balance de pagos o el valor de los cambios o de los depósitos.
Porque nadie se atrevería a discutir que, a medida que nuestra riqueza nacional
crece, también va creciendo el precio que tiene cada argentino. Posiblemente,
hace algunos años un argentino no valía tanto; ahora, con el crecimiento de
nuestra renta nacional, hay que cuidar a cada argentino como si fuera de oro,
porque es un elemento de producción que cada día vale más y que justifica el
hecho de que gastemos todo lo que sea necesario en defensa de su salud y, por
ende, de su capacidad de trabajo.
Para que la política
argentina de salud pública pueda ser una realidad concreta -insisto- es
necesario que a nuestros colegas, los médicos, los entusiasmemos con esta
manera de pensar y encarar los problemas. Es necesario que los médicos
argentinos aprendan a sustituir la medicina de la enfermedad por la medicina de
la salud, un factor negativo por un factor positivo. Es preciso que destierren
un dogma que, a mi juicio, ha hecho mucho daño a la medicina social. Desde que
entramos al hospital como practicantes, todos nos dicen: no hay
enfermedades, hay enfermos.
Entonces, nosotros
nos dedicábamos a ver enfermos de acuerdo con ese dictado práctico de la
medicina individual. Hay que destruir ese dogma, que es perjudicial para la
concepción de la medicina social.
Interesan las
enfermedades y mucho más que los enfermos aisladamente considerados, porque
ellas afectan a las colectividades. No interesa, tanto al médico sociólogo y al
hombre de Estado, el enfermo concreto, sino su enfermedad; conocer por qué
existe; ir a las causas mesológicas de esa enfermedad.
Cuando se produce el
fenómeno de un enfermo, ese hecho individual es un índice del problema
colectivo. No hay, pues, enfermos, sino enfermedades.
Los médicos debemos
pensar socialmente; así iremos, poco a poco, atenuando esta tremenda
mecanización en que vivimos hoy en el campo de la medicina; excesiva
bioquímica, excesiva física, excesivo desmenuzamiento de la personalidad
orgánica del enfermo. Debemos pensar que el enfermo es un hombre, que es
también un padre de familia, un individuo que trabaja y que sufre, y que todas
esas circunstancias influyen, a veces, mucho más que una determinada cantidad
de glucosa en la sangre. Así humanizaremos la medicina.
También es necesario
que comprendamos todos, no solamente los médicos, que la Nación no reside
exclusivamente en nuestros campos, en nuestros cereales, en nuestros maizales;
ni reside en la pureza de la sangre de nuestro ganado, ni en los depósitos
bancarios, ni en las industrias cada vez más pujantes, ni en tantas otras cosas
materiales de las que estamos tan orgullosos.
Aceptaría que la
Nación está, en gran parte, en nuestra geografía, en nuestra historia, en
nuestros emblemas y tradiciones. Pero ni siquiera podríamos hacer residir la
Nación en las ciudades, por bellas que fueren, en los monumentos, en las
plazas, porque todo nace y termina, en última instancia, en una sola cosa: en
el hombre, y más específicamente, en el hombre argentino, que fue capaz de
fertilizar esos campos, de criar ese ganado tan puro, de levantar esas
ciudades, de hacer la historia y crear los emblemas y tradiciones.
En ese hombre está la
verdadera riqueza, la verdadera Nación. Cuidar de ese hombre, cuidarlo física y
mentalmente, es la mayor responsabilidad del Ministerio de Salud Pública.
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