¿Los argentinos descienden de los barcos?
Por Horacio Micucci
En un mensaje del día de hoy, 9 de junio de 2021,
el Presidente Alberto Fernández dijo:
"Escribió alguna vez Octavio
Paz que los mexicanos salieron de los indios, los brasileros salieron de la
selva, pero nosotros los argentinos llegamos de los barcos. Eran barcos que
venían de Europa.”
En realidad, más allá de
si es de Octavio Paz o de una canción de Lito Nebia, la consideración de que
los “argentinos descendemos de los barcos” es una vieja expresión fruto de la
ideología de nuestra oligarquía que siempre negó los afluentes de los pueblos originarios,
los afrodescendientes y los criollos populares en nuestra cultura, despreció su
participación en nuestra historia y negó incluso a la misma revolución de Mayo
y su espíritu de independencia plasmado en el Acta del 9 de julio de 1816: “independientes de toda dominación
extranjera”.
Y lo hizo así porque la
oligarquía argentina no imaginó nunca un país independiente. Lo proyectó como
una dependencia de una u otra potencia imperialista. Así la pensó y programó
siempre y, más allá del relato mitrista, despreció y persiguió a San Martín, a
Belgrano, a Güemes, a Artigas y a tantos otros. En los hechos.
En realidad, está en debate
el concepto de Nación y el de la definición de en qué época vivimos… en qué
mundo estamos.
Y, en consecuencia, de cuál
es el proyecto para Argentina: ¿Independientes de toda dominación extranjera
política y económicamente o un apéndice de las potencias dominantes?
Una Nación es una comunidad estable de
hombres formada históricamente, surgida sobre la base de la comunidad de
lengua, territorio, vida económica y carácter psíquico, que se manifiesta en
una comunidad de cultura.
Tiene su historia y su comienzo y no se puede
analizar al margen de ella. Y, así como los Estados Nacionales europeos se
constituyeron sobre la base de la formación de naciones y esto se hizo bajo la
marcha triunfal del capitalismo victorioso sobre el fraccionamiento feudal, en
los países postergados que despertaron más tardíamente a una vida propia,
tuvieron y tienen que luchar contra la poderosísima resistencia y ataque
cotidiano que ofrecen y presentan los sectores dirigentes de las naciones
dominantes y sus expresiones nativas, pero no nacionales, en un empresariado
que lucra con la dependencia (como en Argentina ) y unos latifundistas que son siervos
de una u otra potencia (como en Argentina). Los mencionados nada tienen que
ganar con la Argentina científica, tecnológica, industrial y agrícola
independiente. Y se oponen a ella. Como el macrismo.
Sobre estos intereses espurios, las oligarquías
latinoamericanas, y la de Argentina en particular, montan su ideología
dominante. Una ideología cosmopolita de “ciudadanos del mundo” que aspira a ser
Europa, que necesita “integrarse al mundo”, aunque sea por la puerta de servicio,
como diría Eduardo Galeano. Que sostiene que no debemos “caernos del mundo”
como decían y dicen los Macri-bolsonaristas conservadores de la dependencia.
Que piensan que todo lo de las potencias es mejor. Que piensan en Argentina
como “una colonia próspera” (como si las hubiera), como decía el ex Ministro de
Economía del Proceso, Roberto Aleman. Y que ofrecen a los jóvenes el camino del
espejismo de que la perfección está en las potencias imperialistas y que hay
que someterse o emigrar hacia ellas, abandonando nuestra tierra.
De tal manera que desprecian y niegan todo lo
nacional. Tienen y promueven lo que una vieja canción mexicana llama “la maldición
de Malinche” (la azteca que traicionó a los suyos uniéndose a Cortes, el
conquistador):
“Y hoy les seguimos cambiando Oro por cuentas de vidrio y damos
nuestra riqueza por sus espejos con brillo.” … “Tú, hipócrita que te muestras
humilde ante el extranjero, pero te vuelves soberbio con tus hermanos del
pueblo. Oh, maldición de Malinche, enfermedad del presente ¿Cuándo dejarás mi
tierra…? ¿Cuándo harás libre a mi gente?”
O el Cuarto Canto del
Santos Vega de Rafael Obligado, donde Santos Vega, el payador, es vencido en la
payada, por Juan Sin Ropa, el diablo, que era el progreso que significaba “ser
como Europa”:
“Como en mágico espejismo, al
compás de ese concierto, mil ciudades el desierto levantaba de sí mismo. Y a la
par que en el abismo una edad se desmorona, al conjuro, en la ancha zona
derramábase la Europa. Que sin duda Juan Sin Ropa era la ciencia en persona.”
Y era y es la exaltación
del Progreso, pero de un progreso que no incluía al gaucho, al aborigen, al afrodescendiente,
a la mezcla de todos ellos y a los excluidos del techo, la tierra y el trabajo.
Y que ocultaba que era para los pocos que lucraban y lucran con la entrega
argentina. Nosotros pensamos que el progreso debe ser el de Santos Vega, el de
Martín Fierro: el progreso de una Argentina independiente. No el obsceno
progreso de unos pocos, en una Argentina sumisa y sometida.
Pero como decíamos más
arriba, toda discusión del tema Nación, debe hacerse en un contexto histórico
concreto. Y eso nos lleva a advertir que el mundo en que vivimos no es el de
países “serios” (al decir de Carrió) e iguales, respetuosos de los derechos de
todos (sobre todo de los más débiles). Es un mundo donde un grupo de potencias
oprimen a pueblos, países y naciones. Y disputan entre si por ese dominio. Por
eso nuestra independencia no se logrará apoyándose en otras potencias. Así sólo
cambiaremos de amo. Una cosa es aprovechar las contradicciones
interimperialistas y otra es cambiar de dependencia, siendo “aprovechado” por
ellas.
Ni EEUU, ni China, ni
Inglaterra, ni Rusia, ni ningún país de la vieja Europa como España, nos dará
la independencia. Así cambiaremos de collar, pero no dejaremos de ser perro, al
decir de Jauretche.
Por eso, desde la
Revista Cuadernos y desde el Foro Patriótico y Popular, insistimos en unificar
dos movimientos unidos en nuestro origen y separados después por maniobras de
los opresores: el movimiento patriótico-nacional y el movimiento
democrático-popular. Y hablamos del patriotismo como el nacionalismo de los
países oprimidos, muy distinto del nacionalismo de los opresores, el
nacionalismo de las grandes potencias.
Creo necesario recordar
lo escrito por Otto Vargas:
“El argentino es identificable en
cualquier parte del mundo (…) existe ya una nacionalidad argentina”, escribió
en 1928 José Carlos Mariátegui. Visitantes extranjeros, como George Clemenceau,
expresaron su asombro ante las características propias, nacionales, del
argentino, presentes incluso en los niños que eran hijos de inmigrantes. Estos,
en la región de la pampa húmeda, principalmente en la provincia de Buenos Aires
y también, en parte, en la Capital Federal, se integraron a una cultura
popular, el criollismo, que fue elemento esencial de la trama original del
lenguaje popular rioplatense. Lenguaje de masas rurales que, si bien eran de la
pampa, en su mayor parte eran inmigrantes del viejo Tucumán colonial, de Cuyo y
del Litoral. Son las tres corrientes demográficas que aportan a la campaña de
Buenos Aires desde fines del siglo XVII. Y habría que agregar: con una fuerte
influencia, desde la fundación de Buenos Aires —influencia que perduró en las
costumbres y el habla común—, del guaraní, tehuelche, mapuche y sobre todo
quichua.”
“Tras lo que para un observador superficial
aparecía, en las primeras décadas de este siglo, como un cosmopolitismo muy
grande, emergían los caracteres esenciales de la nacionalidad argentina. Estos
caracteres se desarrollaron —en un proceso gradual y por etapas— desde los
tiempos de la colonia, esencialmente en oposición a la dominación
española, y estuvieron fuertemente signados por el predominio que tuvo la
aristocracia criolla en el movimiento independentista. `En pleno siglo XVII,
considerábamonos y éramos ya distintos´, escribió con razón Leopoldo Lugones.”
“El proceso de conformación de la
identidad nacional en lo que sería la República Argentina duró siglos; pero
estaba muy avanzado en mayo de 1810, `fecha de su auténtica fe de nacimiento´,
como lo comprobaron los habitantes del Alto Perú, del Paraguay y los chilenos
de esa época, que se referían a los `altivos y orgullosos´ argentinos.”
Es decir, no descendimos
de los barcos. Eso sería negar antecedentes, héroes, mártires… sangre derramada
que fertiliza nuestra tierra…
Y, siguiendo a Otto
Vargas:
“La cultura nacional se modeló en la matriz
ideológica que forjó la aristocracia criolla. Una aristocracia `enferma de
apariencia y acomodo´, como dijo Eduardo Wilde. Una aristocracia formada por `las
familias decentes y pudientes, los apellidos tradicionales, esa especie de
nobleza bonaerense pasablemente beata, sana, iletrada, muda, orgullosa,
aburrida, honorable, rica y gorda´. Esa oligarquía criolla, desde sus inicios,
imitó lo europeo —`la imitación irredenta´, la llamó Homero Manzi— y estableció
una identidad nacional dependiente, para lo que afirmó la raíz atlantista (en
oposición a la América andina que miraba al Pacífico), liberal, cosmopolita, de
la Argentina del siglo XX. Una Argentina que entonces llegó a ser un modelo de
país dependiente del imperialismo, principalmente inglés.”
Así fue en la Década
Infame (época que añoran Macri y los suyos), donde un representante argentino
que firmó el entreguista Pacto Roca-Runciman llegó a decir: “la Argentina es una de
las joyas más preciadas de su graciosa majestad”.
Esa es la visión del
macrismo en sus distintas variantes.
El ex presidente Macri
dijo alguna vez, ante el rey de España, “Estoy acá (en Tucumán) tratando de pensar y sentir lo
que sentirían ellos en ese momento. Claramente deberían tener angustia de tomar
la decisión, querido Rey, de separarse de España”.
El Macri-bolsonarismo
fue desplazado, pero insiste en volver, porque todavía es poderoso e impiadoso.
La derrota de Macri se forjó en las calles antes que en las urnas. Hizo
eclosión en diciembre de 2017, en momentos en que el macrismo se disponía a
coronar su obra y festejar, ese fin de año.
Los que, desde las
calles, corrimos riesgos y nos opusimos y gestamos esa unidad para impedir que
continuara Macri, persistimos en esa línea para evitar que tenga un “segundo
tiempo”. Nos oponemos a la línea de los historiadores y publicistas de la corriente
socialdemócrata moderna, que identifican la Nación con el Estado y, sobre todo,
con la ideología de las minorías que dirigen ese Estado. Esos que subrayan la
heterogeneidad de la realidad de nuestros países y las fuerzas centrífugas que
dificultaron la integración nacional, y dedican poca atención a las fuerzas
centrípetas (económicas, sociales, culturales y políticas) que la hicieron
posible en un tiempo bastante temprano.
No descendemos de los
barcos.
Afirmar eso no es un
error de comunicación, es un grave error teórico y político.
Ese no es el camino. Y menos
hoy, en que los humillados y vilipendiados de América Latina se han echado
nuevamente a andar para escribir ellos mismos su historia, hartos de entrega y
explotación, de desprecio y humillación, de miseria y de pobreza. Y de entrega,
sumisión e indefensión nacional.
Como en Chile, como en
Bolivia, como en Colombia, como en Perú… como en Argentina, a pesar de la dura
pandemia y en su mismo transcurso, buscando caminos propios, en el presente y
hacia el futuro...
“Se levanta a la faz de la tierra
una nueva y gloriosa Nación
Coronada su sien de laureles y a
sus plantas rendido un león”
Que será el león del
imperialismo en todas sus formas y de sus sirvientes oligárquicos.