jueves, 10 de junio de 2021

¿Los argentinos descienden de los barcos? Por Horacio Micucci

¿Los argentinos descienden de los barcos?

Por Horacio Micucci


En un mensaje del día de hoy, 9 de junio de 2021, el Presidente Alberto Fernández dijo:

"Escribió alguna vez Octavio Paz que los mexicanos salieron de los indios, los brasileros salieron de la selva, pero nosotros los argentinos llegamos de los barcos. Eran barcos que venían de Europa.”

En realidad, más allá de si es de Octavio Paz o de una canción de Lito Nebia, la consideración de que los “argentinos descendemos de los barcos” es una vieja expresión fruto de la ideología de nuestra oligarquía que siempre negó los afluentes de los pueblos originarios, los afrodescendientes y los criollos populares en nuestra cultura, despreció su participación en nuestra historia y negó incluso a la misma revolución de Mayo y su espíritu de independencia plasmado en el Acta del 9 de julio de 1816: “independientes de toda dominación extranjera”.

Y lo hizo así porque la oligarquía argentina no imaginó nunca un país independiente. Lo proyectó como una dependencia de una u otra potencia imperialista. Así la pensó y programó siempre y, más allá del relato mitrista, despreció y persiguió a San Martín, a Belgrano, a Güemes, a Artigas y a tantos otros. En los hechos.

En realidad, está en debate el concepto de Nación y el de la definición de en qué época vivimos… en qué mundo estamos.

Y, en consecuencia, de cuál es el proyecto para Argentina: ¿Independientes de toda dominación extranjera política y económicamente o un apéndice de las potencias dominantes?

Una Nación es una comunidad estable de hombres formada históricamente, surgida sobre la base de la comunidad de lengua, territorio, vida económica y carácter psíquico, que se manifiesta en una comunidad de cultura.

Tiene su historia y su comienzo y no se puede analizar al margen de ella. Y, así como los Estados Nacionales europeos se constituyeron sobre la base de la formación de naciones y esto se hizo bajo la marcha triunfal del capitalismo victorioso sobre el fraccionamiento feudal, en los países postergados que despertaron más tardíamente a una vida propia, tuvieron y tienen que luchar contra la poderosísima resistencia y ataque cotidiano que ofrecen y presentan los sectores dirigentes de las naciones dominantes y sus expresiones nativas, pero no nacionales, en un empresariado que lucra con la dependencia (como en Argentina ) y unos latifundistas que son siervos de una u otra potencia (como en Argentina). Los mencionados nada tienen que ganar con la Argentina científica, tecnológica, industrial y agrícola independiente. Y se oponen a ella. Como el macrismo.

Sobre estos intereses espurios, las oligarquías latinoamericanas, y la de Argentina en particular, montan su ideología dominante. Una ideología cosmopolita de “ciudadanos del mundo” que aspira a ser Europa, que necesita “integrarse al mundo”, aunque sea por la puerta de servicio, como diría Eduardo Galeano. Que sostiene que no debemos “caernos del mundo” como decían y dicen los Macri-bolsonaristas conservadores de la dependencia. Que piensan que todo lo de las potencias es mejor. Que piensan en Argentina como “una colonia próspera” (como si las hubiera), como decía el ex Ministro de Economía del Proceso, Roberto Aleman. Y que ofrecen a los jóvenes el camino del espejismo de que la perfección está en las potencias imperialistas y que hay que someterse o emigrar hacia ellas, abandonando nuestra tierra.

De tal manera que desprecian y niegan todo lo nacional. Tienen y promueven lo que una vieja canción mexicana llama “la maldición de Malinche” (la azteca que traicionó a los suyos uniéndose a Cortes, el conquistador):

“Y hoy les seguimos cambiando Oro por cuentas de vidrio y damos nuestra riqueza por sus espejos con brillo.” … “Tú, hipócrita que te muestras humilde ante el extranjero, pero te vuelves soberbio con tus hermanos del pueblo. Oh, maldición de Malinche, enfermedad del presente ¿Cuándo dejarás mi tierra…? ¿Cuándo harás libre a mi gente?”

O el Cuarto Canto del Santos Vega de Rafael Obligado, donde Santos Vega, el payador, es vencido en la payada, por Juan Sin Ropa, el diablo, que era el progreso que significaba “ser como Europa”:

“Como en mágico espejismo, al compás de ese concierto, mil ciudades el desierto levantaba de sí mismo. Y a la par que en el abismo una edad se desmorona, al conjuro, en la ancha zona derramábase la Europa. Que sin duda Juan Sin Ropa era la ciencia en persona.”

Y era y es la exaltación del Progreso, pero de un progreso que no incluía al gaucho, al aborigen, al afrodescendiente, a la mezcla de todos ellos y a los excluidos del techo, la tierra y el trabajo. Y que ocultaba que era para los pocos que lucraban y lucran con la entrega argentina. Nosotros pensamos que el progreso debe ser el de Santos Vega, el de Martín Fierro: el progreso de una Argentina independiente. No el obsceno progreso de unos pocos, en una Argentina sumisa y sometida.

Pero como decíamos más arriba, toda discusión del tema Nación, debe hacerse en un contexto histórico concreto. Y eso nos lleva a advertir que el mundo en que vivimos no es el de países “serios” (al decir de Carrió) e iguales, respetuosos de los derechos de todos (sobre todo de los más débiles). Es un mundo donde un grupo de potencias oprimen a pueblos, países y naciones. Y disputan entre si por ese dominio. Por eso nuestra independencia no se logrará apoyándose en otras potencias. Así sólo cambiaremos de amo. Una cosa es aprovechar las contradicciones interimperialistas y otra es cambiar de dependencia, siendo “aprovechado” por ellas.

Ni EEUU, ni China, ni Inglaterra, ni Rusia, ni ningún país de la vieja Europa como España, nos dará la independencia. Así cambiaremos de collar, pero no dejaremos de ser perro, al decir de Jauretche.

Por eso, desde la Revista Cuadernos y desde el Foro Patriótico y Popular, insistimos en unificar dos movimientos unidos en nuestro origen y separados después por maniobras de los opresores: el movimiento patriótico-nacional y el movimiento democrático-popular. Y hablamos del patriotismo como el nacionalismo de los países oprimidos, muy distinto del nacionalismo de los opresores, el nacionalismo de las grandes potencias.

Creo necesario recordar lo escrito por Otto Vargas:

“El argentino es identificable en cualquier parte del mundo (…) existe ya una nacionalidad argentina”, escribió en 1928 José Carlos Mariátegui. Visitantes extranjeros, como George Clemenceau, expresaron su asombro ante las características propias, nacionales, del argentino, presentes incluso en los niños que eran hijos de inmigrantes. Estos, en la región de la pampa húmeda, principalmente en la provincia de Buenos Aires y también, en parte, en la Capital Federal, se integraron a una cultura popular, el criollismo, que fue elemento esencial de la trama original del lenguaje popular rioplatense. Lenguaje de masas rurales que, si bien eran de la pampa, en su mayor parte eran inmigrantes del viejo Tucumán colonial, de Cuyo y del Litoral. Son las tres corrientes demográficas que aportan a la campaña de Buenos Aires desde fines del siglo XVII. Y habría que agregar: con una fuerte influencia, desde la fundación de Buenos Aires —influencia que perduró en las costumbres y el habla común—, del guaraní, tehuelche, mapuche y sobre todo quichua.”

 “Tras lo que para un observador superficial aparecía, en las primeras décadas de este siglo, como un cosmopolitismo muy grande, emergían los caracteres esenciales de la nacionalidad argentina. Estos caracteres se desarrollaron —en un proceso gradual y por etapas— desde los tiempos de la colonia, esencialmente en oposición a la dominación española, y estuvieron fuertemente signados por el predominio que tuvo la aristocracia criolla en el movimiento independentista. `En pleno siglo XVII, considerábamonos y éramos ya distintos´, escribió con razón Leopoldo Lugones.”

“El proceso de conformación de la identidad nacional en lo que sería la República Argentina duró siglos; pero estaba muy avanzado en mayo de 1810, `fecha de su auténtica fe de nacimiento´, como lo comprobaron los habitantes del Alto Perú, del Paraguay y los chilenos de esa época, que se referían a los `altivos y orgullosos´ argentinos.”

Es decir, no descendimos de los barcos. Eso sería negar antecedentes, héroes, mártires… sangre derramada que fertiliza nuestra tierra…

Y, siguiendo a Otto Vargas:

La cultura nacional se modeló en la matriz ideológica que forjó la aristocracia criolla. Una aristocracia `enferma de apariencia y acomodo´, como dijo Eduardo Wilde. Una aristocracia formada por `las familias decentes y pudientes, los apellidos tradicionales, esa especie de nobleza bonaerense pasablemente beata, sana, iletrada, muda, orgullosa, aburrida, honorable, rica y gorda´. Esa oligarquía criolla, desde sus inicios, imitó lo europeo —`la imitación irredenta´, la llamó Homero Manzi— y estableció una identidad nacional dependiente, para lo que afirmó la raíz atlantista (en oposición a la América andina que miraba al Pacífico), liberal, cosmopolita, de la Argentina del siglo XX. Una Argentina que entonces llegó a ser un modelo de país dependiente del imperialismo, principalmente inglés.”

Así fue en la Década Infame (época que añoran Macri y los suyos), donde un representante argentino que firmó el entreguista Pacto Roca-Runciman llegó a decir: “la Argentina es una de las joyas más preciadas de su graciosa majestad”.

Esa es la visión del macrismo en sus distintas variantes.

El ex presidente Macri dijo alguna vez, ante el rey de España, “Estoy acá (en Tucumán) tratando de pensar y sentir lo que sentirían ellos en ese momento. Claramente deberían tener angustia de tomar la decisión, querido Rey, de separarse de España”.

El Macri-bolsonarismo fue desplazado, pero insiste en volver, porque todavía es poderoso e impiadoso. La derrota de Macri se forjó en las calles antes que en las urnas. Hizo eclosión en diciembre de 2017, en momentos en que el macrismo se disponía a coronar su obra y festejar, ese fin de año.

Los que, desde las calles, corrimos riesgos y nos opusimos y gestamos esa unidad para impedir que continuara Macri, persistimos en esa línea para evitar que tenga un “segundo tiempo”. Nos oponemos a la línea de los historiadores y publicistas de la corriente socialdemócrata moderna, que identifican la Nación con el Estado y, sobre todo, con la ideología de las minorías que dirigen ese Estado. Esos que subrayan la heterogeneidad de la realidad de nuestros países y las fuerzas centrífugas que dificultaron la integración nacional, y dedican poca atención a las fuerzas centrípetas (económicas, sociales, culturales y políticas) que la hicieron posible en un tiempo bastante temprano.

No descendemos de los barcos.

Afirmar eso no es un error de comunicación, es un grave error teórico y político.

Ese no es el camino. Y menos hoy, en que los humillados y vilipendiados de América Latina se han echado nuevamente a andar para escribir ellos mismos su historia, hartos de entrega y explotación, de desprecio y humillación, de miseria y de pobreza. Y de entrega, sumisión e indefensión nacional.

Como en Chile, como en Bolivia, como en Colombia, como en Perú… como en Argentina, a pesar de la dura pandemia y en su mismo transcurso, buscando caminos propios, en el presente y hacia el futuro...

“Se levanta a la faz de la tierra una nueva y gloriosa Nación

Coronada su sien de laureles y a sus plantas rendido un león”

Que será el león del imperialismo en todas sus formas y de sus sirvientes oligárquicos.