UNA HISTORIA DE FICCIÓN
En homenaje a una jubilada desconocida y a aquellos que están lejos de los ojos, de los oídos y del corazón de quienes gobiernan...
El
Observador Gauchipolítico y Demopatriótico
La historia que sigue a
continuación es una pura ficción.
Cualquier semejanza con
hechos o personajes reales es sólo coincidencia. Es un relato imaginario que
hemos recibido y que nos pareció interesante hacer conocer.
Por puro placer literario.
Por el gusto de la literatura de ficción.
La historia ocurrió en un
extraño país al que llamaremos A.
Es un país al que, los que
viven en el centro del mundo, llaman “periférico”. Se lo suele calificar de
subdesarrollado, en vías de desarrollo o “emergente”. Los que así lo califican
no explican nunca el porqué de su subdesarrollo o de dónde emerge y quién lo
sumergió antes.
Lo cierto es que el país que
llamaremos A, tiene desnutrición infantil aunque produce alimentos que podrían
alimentar a una población diez veces mayor a la de sus habitantes.
Claro que no es su única
contradicción. Sólo a modo de ejemplo, en el país A el juego y la renta
financiera no tributan impuestos pero quienes trabajan sí lo hacen. Y surgían y surgen extrañas fortunas de la noche a la mañana. Y unos pocos ostentaban y ostentan obscenas
riquezas.
Cuando se buceaba en las
causas de su “subdesarrollo” se encontraban verdaderas rapiñas de sus riquezas,
dignas de un remoto pasado donde los países no eran iguales (como, se dice, que
ahora son). El país A pertenecía a una época donde algunos Estados eran lobos
de otros y esos otros eran su presa. Los países “lobos” contaban con servidores
internos en los países “ovejas” (como el país A) para su rapiña.
No andaba nada bien la
educación pública en el país A.
Tampoco su sistema de salud.
Lo curioso del país que
llamaremos A es que sus gobernantes, y los más promocionados a reemplazarlos,
no hablaban de eso.
El 70% de sus jubilados
recibía un ingreso que los transformaba en pobres y hasta en personas con
Necesidades Básicas Insatisfechas (curioso eufemismo que se usaba en el país
que llamaremos A para designar a quienes no tenían los medios mínimos para
vivir).
Entre las curiosidades del
país que llamaremos A estaba la de que tenía un sector de su territorio
colonizado, pero muchos (sobre todo los dirigentes más expectables) no percibían
(o no querían hacerlo) la magnitud de esa circunstancia, propia de épocas
superadas.
En el país A, un ex
funcionario de salud había escrito en un diario de gran circulación que “...Las familias buscan (cuando les es
posible) resolver no ya la calidad sino, al menos, un lugar donde atenderse en
la mejor condición posible...”. La mitad de su población sólo tenía (cuándo
podía llegar) un sector estatal de salud que carecía de lo esencial... El país
A tenía además un sistema de seguro social de salud al que accedían los que
tenían algún tipo de trabajo legal (en blanco), pero que también distaba de ser
el adecuado.
Es bueno aclararle al lector
que un 30% de los ocupados trabajaba en condiciones precarias y carecía de
servicios sociales.
En ese país A, y en su
sistema de salud, transcurre esta historia de ficción. Ubicadas las
características del extraño país A, vayamos al relato.
Un nativo del país A, al que
llamaremos HM, era un profesional de la salud que tenía una madrina.
De muchos años. Ochenta y
ocho.
En el país A, en los tiempos
en que nació HM, la madrina de alguien era su segunda madre, encargada de
cuidarlo si faltaran los padres. Lo mismo su padrino, que era el esposo de la
madrina de HM, ya fallecido hacía muchos años.
A la madrina de HM la
llamaremos ZC.
Un día, la madrina ZC se
enfermó. Probablemente por una obstrucción intestinal o un cáncer. Como cada
vez se sentía peor acudió al sistema de atención de jubilados que existía en el
país A.
El sistema no era bueno.
Algunos, satíricamente, (haciendo un juego de palabras) lo llamaban Peor Atención Médica Imposible. Aunque, justo es decirlo, el
resto del sistema no se quedaba atrás en su mala atención.
ZC fue internada en la
Clínica que le correspondía por disposiciones burocráticas, pero a las pocas
horas la mandaron a su casa diciendo que no tenía nada.
Pero ZC seguía empeorando y
sufriendo dolor.
A la semana, como no podía
ser de otra manera, la volvieron a
internar. No había cama, así que la internaron en una habitación
precaria que correspondía a una guardia de niños. Los familiares protestaron
pero no hubo caso. Más que atendida fue depositada como una cosa... abandonada
a su suerte.
Cabe aclarar aquí que en el
país A, en su sistema de atención de jubilados, se paga por “cápita”.
Debemos aclarar a los
lectores, a los efectos de la historia, esta extraña rareza adicional del país
A.
La Clínica en cuestión recibe
un monto de dinero a principios de mes que es un estimado de lo que “gastarán en el mes”
los jubilados que le tocan a esa Clínica (esta es su “cápita”). Si la Clínica gasta
de más perderá dinero, si gasta menos ganará dinero.
El resultado de este perverso
sistema es que se trata de no atender a
los jubilados para gastar menos y ganar más. Por eso evitaban atender a ZC,
la madrina de HM.
Para gastar menos y ganar
más.
Le avisaron de la situación a
HM. Los familiares no sabían que hacer.
HM quedó entre azorado,
perplejo e impotente.
Recordó la historia de los
esquimales que se ven obligados a abandonar a su suerte a los más viejos, ya imposibilitados
de obtener su propia comida, para que mueran en el frío. Pero los gobernantes, de todo color, del país A
sostenían que era un país de futuro promisorio, central, “emergente”...
HM no lo podía creer. Su
madrina ZC iba a morir sin siquiera los paliativos mínimos para el dolor. Se desesperó...
De pronto se le ocurrió una
idea...
Buscó en Internet los datos
de la Clínica y su historia.
Lo que encontró no lo
tranquilizó. En el año 2007, en la clínica en cuestión, habían dado por muerto
a un paciente. Cuando los familiares estaban haciendo los trámites para su
inhumación recibieron un llamado urgente de un empleado de la Clínica. Había
advertido que la bolsa donde estaba el supuesto cadáver se había “movido”. El
paciente no estaba muerto. Había sido un error.
En el año 2010 había otra denuncia
por la mala atención. Se decía que tenía una sola ambulancia que no era tal.
Era una única camioneta de carga en la que, denunciaban los pacientes, a veces
se trasladaban dos pacientes juntos.
Las contradicciones entre lo
que se decía y lo que pasaba en la realidad eran moneda corriente en el país A.
Se sorprendió HM cuando vio en las páginas oficiales del Sistema de Atención de
Jubilados que la Clínica en cuestión era descripta como poseedora de todos los
niveles necesarios de complejidad médica.
Dicen los que conocen al país
A, que hay frecuentes diferencias entre lo que describen los gobernantes y lo
que pasa en los hechos. Y que la población desarrolla variados medios para
subsistir en esas condiciones adversas. Habilidades para actuar ante situaciones
hostiles e injustas.
HM tuvo entonces una idea.
Buscó la dirección de la Clínica y su teléfono.
Cabe aclarar al lector que
HM, además de ser profesional de la salud, tenía alguna experiencia informal de
periodismo. Y, entonces, como periodista, llamó a la Clínica y pidió hablar con
su Director diciendo que estaba haciendo un informe de prensa sobre la atención
del Servicio de Jubilados en la ciudad, y que en el caso de esa Clínica, le
interesaba el caso de ZC. Y nombró algunos medios con los que estaba
relacionado.
Le dijeron que no estaba el
Director. Pidió hablar con alguna autoridad a cargo. Lo quisieron comunicar con
una Caba Enfermera. No aceptó y le dijeron que más tarde llegaría la Secretaria
de la Dirección. HM avisó que llamaría en media hora y así lo hizo. Tampoco
consiguió que ninguna autoridad lo atendiera, pero insistió en el informe que
preparaba y en la paciente ZC (sin decir que era su madrina).
Exactamente veinte minutos
después del último llamado, HM se enteró por sus familiares que el Director, en
persona, fue a ver a ZC y ordenó su traslado a terapia intensiva. Al día
siguiente la operaron y a la mañana siguiente falleció.
Tenía un cáncer de colon
avanzado. Era la misma paciente que había sido dada de alta una semana antes
“porque no tenía nada”.
Pensaba HM que era cierto que
ya nada se podía hacer, y que tenía muchos años. Pero un ser humano tiene
derecho hasta a los cuidados paliativos finales. Además, los casos de abandono,
en el sistema de Salud del País A, eran frecuentes, independientes de la edad y
condición médica del paciente. El miedo a la difusión pública de sus malas
prácticas hizo que las autoridades de la Clínica del país A se ocuparan, algo,
del caso de ZC.
A HM le pareció inaceptable.
Sintió gran indignación. Sintió odio.
Pero es sabido que donde hay
odio es inseparable el amor.
Recordó HM que su madrina ZC
era la hija menor de un matrimonio con cuatro hijos y que, cuando era pequeña,
los médicos le recetaron vitamina C. Como no tenían dinero, los padres
compraban una naranja por semana y le daban un gajo diario a ZC y no al resto
de sus hijos. El padre de ZC había quedado sin trabajo por una enfermedad y la
esposa era el único sostén.
A esta altura es bueno
aclarar que ZC era también tía de HM y los padres de aquella sus abuelos
maternos.
Así que las injusticias eran
de vieja data en el país A.
Y las injusticias generan
odio pero también amor por las víctimas. Y rebelión ante la injusticia.
Al día siguiente ZC falleció.
Esa noche HM no pudo dormir. Se levantó de madrugada y, por primera y única vez,
largó un corto sollozo.
Hacía tiempo que HM había
notado que, en ocasión de cada muerte, tenía sólo un corto sollozo que no era
sólo por el muerto reciente sino, también, por todas las muertes anteriores.
A esta altura, el lector debe
saber que HM había estado preso varios años, hacía muchos años, en ocasión de
una Dictadura que era en gran medida responsable del estado del país al que
llamamos A (lo que no eximía de responsabilidad a sus continuadores). Y que su
padre había muerto cuando HM estaba preso, sin que HM lo pudiera despedir.
En la cárcel, el día en que
se enteró de la muerte de su padre, no lloró. Esa noche apretando su cara en la
almohada, echó, por primera vez, un único sollozo. Debe saber el lector que, en
el país que llamamos A, llorar se considera una debilidad y HM no quería que
sus carceleros lo vieran débil.
Después, cada muerte fue un
único sollozo silencioso y ocultado, por la última muerte y por todas las
muertes injustas anteriores. Injustas por acción directa de los culpables o por
consecuencias necesarias de lo que ocurría en el extraño país al que llamamos
A.
HM tenía casi setenta años. A
veces le dolían los huesos al levantarse. Y le aparecían los inevitables achaques
de su edad.
A veces se sentía cansado.
Pero la noche posterior al
velorio de su madrina, HM pensó en el futuro de los niños que habían nacido. Pensó, también, en que lo que no se hiciera ahora, contra tanta injusticia y tanto dolor, sería
una pesada herencia para ellos.
HM recordó una conversación
con un amigo arquitecto. En ella hablaban de sus épocas de estudiantes. HM le
había dicho a su amigo arquitecto: “¿te
acordás de tu época?”. Y el arquitecto le contestó “Ésta del presente es mi época, y será mi época mientras pueda seguir luchando
por cambiar la realidad”.
HM recordó una frase de José
Martí: “En la mejilla ha de sentir todo hombre
verdadero el golpe que reciba cualquier mejilla de hombre.”
A la mañana siguiente HM se levantó y salió.
Había comprendido que todavía era su época...