martes, 4 de septiembre de 2012

La ciencia social del doble discurso


La ciencia social del doble discurso
SOBRE LA CÁSCARA DEL RELATO KIRCHNERISTA
Un análisis de la pretensión de construir la realidad desde el “relato”.
Escribe: Víctor Hugo Sartori

Publicado por Río Bravo el 25 de julio de 2012.
Reproducido por periódico HOY Nº 1433 y Nº 1432

Hasta ahora nunca se había presentado una forma de conducir donde la realidad, como método, pretenda ser construida desde lo discursivo. Sabemos que desde siempre en general los sectores de poder que acceden a la dirección del Estado suelen hacer lo de Cristina Kirchner, pero nunca en el grado de perfeccionamiento y sistematización deliberada que actualmente esgrime.

De cartón pintado
Algunos ejemplos que grafican lo expuesto, claramente los podemos ver en la presentación de los índices falseados que permanentemente publica el Instituto Nacional de Estadística y Censos ocultando la inflación que corroe diariamente los bolsillos de los asalariados; en la catarata de anuncios que rápidamente la realidad se encarga de diluir; en la presentación de los males que nos aquejan a los argentinos sin hacerse cargo de responsabilidad alguna de su parte después de 9 años de gobierno y sobre lo que asume el rol de víctima de extrañas confabulaciones golpistas; en el pago de la deuda externa ilegítima al que eufemísticamente le llama “desendeudamiento”; en el pago de una asignación por hijo totalmente devaluada y arrancada a la fuerza por la lucha popular; en el sistema jubilatorio estatizado pero con base en los mismos mecanismos perversos que lo llevaron a entregarlo al sistema especulativo de las AFJP; a una estatización sui generis de YPF luego de haber sido junto a su entonces esposo principales impulsores de la privatización y el desguace; en el uso casi promiscuo de la bandera de los derechos humanos cuando a su vez hace sancionar una ley antiterrorista como elemento de control social que profundiza la criminalización de las luchas populares con más de 4.000 procesados; en la presentación de pretendidas fuerzas armadas modernas y democráticas cuando en realidad las ha convertido en simples fuerzas policiales puestas de taparrabos al servicio del apaciguamiento de cuanta tropelía provocada por los diferentes imperialismos, dejando al país en condiciones de virtual indefensión, etc., etc., etc. (podríamos analizar decenas de medias verdades vueltas en dobles mentiras en todos los órdenes: economía, política, historia).
También y como cosa novedosa el cristino-kirchnerismo, bajo el autodenominado modelo “nacional y popular”, ha encarado la reinterpretación de los hechos históricos acomodándolos a la ocasión (hasta creó un Instituto de revisionismo histórico con la dirección de Pacho O’Donnell). Parece inclusive que, desde su punto de vista, antes del 2003 solo existía la oscuridad, a lo sumo una protohistoria cuyos hechos vienen a rescatar y a interpretar. El relato hasta tiene rasgos religiosos con pretensiones de modelo fundacional (“Por eso decía que era necesario profundizar ese trabajo de recuperación de dignidad nacional, comenzado el 25 de mayo de 2003” -fragmento del discurso en conmemoración de la Independencia).
Una mega construcción desde lo publicitario-comunicativo intenta ser el vehículo adecuado para penetrar un mensaje masivo de falsa epopeya. El uso indiscriminado de los medios de comunicación, la cadena nacional, el montaje -a fuerza de la dilapidación de ingentes recursos- de espectaculares eventos artísticos culturales (¿?) abonan la intención de imponer en la conciencia colectiva el concepto de que asistimos a una suerte de “revolución imaginaria”, al decir de Jorge Asís.
¿Y la esencia?
¿Toda esta parafernalia discursiva es un invento caprichoso o tiene algún otro fundamento?. En realidad todo indica que los Kirchner, pero sobre todo la Presidenta (así gusta designarse) es una seguidora fiel de los postulados denominados posmarxistas que encarna principalmente el politólogo Ernesto Laclau, quien pretende darle entidad política estructurada a lo que llama “populismo”.
Esta teoría funciona tal cual caballo de Troya, mostrando un aspecto exterior revestido de supuestas posibilidades de libertades, realizaciones y felicidades, cuando el interior está conformado de esencias profundamente conservadoras del status quo y portadoras de encadenamientos, dependencia y frustraciones. Laclau juega con apariencia de superación de las teorías posmodernas, pero comparte con ellas varios de sus postulados para, finalmente, concluir dentro de los límites del modo de producción capitalista de una “democracia plural y radicalizada” , donde se combinan los mecanismos de mercado y la intervención del estado, éste como si fuese un árbitro.
Básicamente sus postulados devienen del estructuralismo e indican en común la imposibilidad de concebir la realidad como un todo, que ésta es fragmentaria y relativa, lo cual implica el impedimento de establecer centralidades. La objetividad de la realidad social no puede asirse ni es única, es construida desde lo discursivo.
Estas elucubraciones son derivaciones, quizá tergiversadas, de la teoría semiótica de Ferdinand de Saussure, de donde se desprenden dos consecuencias en referencia al análisis del lenguaje: 1º, que el signo lingüístico es arbitrario (la relación entre significante y significado es cultural) y 2º, que su valor es diferencial (adquiere significación en referencia a lo que no es). Llevado al campo de las realidades sociales, ellas serían construidas desde lo lingüístico por lo cual, y a consecuencia de la arbitrariedad de la relación entre significante y significado, se conforma un círculo vicioso de la cual no se puede salir. Entonces, se habla de “significantes vacíos” que se van llenando de forma contingente y que se articulan desde el discurso: si bien para esta corriente de pensamiento la realidad social es un hecho existente, ella adquiere significación política en cuanto es interpretada y articulada por quien tiene capacidad de conducción.
Mientras que los seguidores del posmodernismo sostienen que a lo sumo se pueden pergeñar luchas individuales por demandas concretas desde las diferentes identidades culturales (de género, raciales, ecológicas, ambientales, etc.), y por lo tanto sin sujeto central desde lo ontológico, el posmarxismo de Laclau en una vuelta de tuerca (coincidiendo si bien en que la realidad es fragmentaria y que las identidades son contingentes) se propone rescatar un nuevo tipo de sujeto, este es el “líder populista”, quien será el que tiene el papel de articular las demandas sociales insatisfechas originadas en las diferentes categorías identitarias. Este “líder populista” es el que logrará la hegemonía (en el sentido posgramsciano –pobre Gramsci que lo despanzurran, perdón, “decontruyen”- dejando la forma sin la esencia) del orden comunitario, satisfaciendo las demandas en un plano de equivalencias desde significantes aglutinantes de amplios sectores sociales que, reconociendo las diferentes identidades, en base a esta articulación tendría algún viso de universalidad.
Los teóricos posmarxistas (en consecuencia los prácticos también como Cristina) se mueven en el ámbito de los valores -”igualdad” y “libertad”- de la democracia liberal, en la imposibilidad de cambios sustanciales.
Ni trabajadores, ni peronistas: posmarxistas
Del partido del cual proviene Cristina, el Justicialismo (algunos diferencian del peronismo, sobre todo aquellos sectores que provienen del movimiento obrero), vale decir que en su génesis experimentó las influencias de los grandes movimientos de masas de principio del siglo 20 que coronaron, primero con la revolución socialista en la ex URSS y luego en China, en gobiernos de nuevo tipo, llevando a la práctica los postulados teóricos del marxismo, ello con diverso grado de desarrollo y que significaron en los hechos y en su momento un durísimo golpe al capitalismo en lo que era 1/3 de la humanidad.
Si bien en su conformación originaria se dan características particulares referidas al momento histórico y al contexto mundial, lo cierto es que en esencia este movimiento policlasista devino en un partido dirigido por sectores de burguesía nacional en fuerte alianza con la clase obrera. Es en esa época que en el país se expande exponencialmente la industria nacional (aunque de carácter liviano), los trabajadores alcanzan una participación en la distribución del PBI desconocido hasta entonces y se desarrolla el concepto de “tercera posición” a nivel político con consecuencias en la ubicación del país en el concierto de las naciones.
En este curso de acontecimientos se consolidaron derechos laborales como hasta ese momento no se había dado en ningún país de América, a su vez generando la estructuración de un poderoso movimiento obrero basado en delegados de fábrica que –entre otros aspectos- más tarde permitió sobrellevar la dura lucha por la resistencia en épocas de la dictadura de la fusiladora. En la confluencia entre esta burguesía nacional y el movimiento obrero, la dirección burguesa del peronismo estableció una relación de subordinación de la clase obrera, no obstante esta clase operaba con importancia tal que el peronismo no puede ser concebido sin ella, se decía –ahora no pasa de susurro- que el movimiento obrero era la “columna vertebral del justicialismo”.
Esta afirmación -debido a la evolución de la burguesía dominante en el justicialismo en dirección a asociarse en negocios vinculados con capitales imperialistas- hace tiempo que en todo caso es una manifestación vacía, por si alguno aún se atreve a pronunciarla.
Lo dicho tiene consecuencias prácticas: unas semanas atrás, en el programa “Palabras más, Palabras menos” que se emite por TN, el periodista Ernesto Tenembaum fue arrinconando a su entrevistado, Juan Carlos Smith (secretario Gral. del Sindicato de Dragado y Balizamiento, integrante del sector moyanista), inquiriéndolo sobre cuál había sido la causa real y de fondo de que los hasta ayer aliados, hoy se hayan convertido en los peores enemigos. Smith finalmente respondió que para el gobierno el movimiento obrero “ha perdido centralidad” siendo reemplazado por otros actores, como los jóvenes, La Cámpora, etc.
Smith ha dado en el clavo, pocas veces una respuesta más justa. Más allá de lo que signifique Moyano como burócrata sindical, lo cierto es que su fuerza depende de poder expresar los intereses de los trabajadores, especialmente de los camioneros. Moyano no es puesto por Cristina en la vereda de enfrente por sus presuntos negocios con fondos de la Obra Social o por sus lazos empresariales con Covelia, sino que lo hace cuando sale a expresar los intereses obreros: ganancias, asignaciones familiares, etc. Justamente esto de expresar (aún tibiamente) los intereses de los trabajadores, es lo que hizo que cientos de miles en todas las latitudes del país vieran con simpatía la marcha del 27 de junio.
Muchos concurrieron más allá de sus pertenencias. Inclusive se escuchaba: “Todos sabemos lo que es Moyano, pero en ésta tiene razón.”
Cristina, en tanto, es fiel a los postulados de que la realidad es la que ella pone de manifiesto a través de su liderazgo popular bajo el amparo de los “significantes vacíos” que va llenando y “articulando” de manera “equivalencial”. Lo que ella no significa es perturbador (o no existe) y se combate. Al no poder finalmente cooptar, ha decidido alentar una nueva fractura de la CGT, así como lo hizo con la CTA, con la UCR y lo intenta también con la FUA. Paradojalmente lo hace de la mano de los que en materia sindical fueron los adalides de las privatizaciones en la era menemista: los gordos de la CGT.
No es menor recordar que en aquella época, que los adalides del modelo “Nac. & Pop” dicen aborrecer calificándola de neoliberal, se había conformado la llamada Mesa de Enlace constituida por el Movimiento de Trabajadores Argentinos (integrado por el Sindicato de Camioneros, la UTA y Judiciales), el Congreso de Trabajadores Argentinos (luego CTA) y la Corriente Clasista y Combativa (CCC). Este centro coordinador constituyó la principal oposición en lucha al entreguista gobierno de Carlos Menem, justo cuando Néstor Kirchner -gobernador de Santa Cruz, por el contrario, decía que era el mejor presidente desde Perón.
No es demasiado difícil hilvanar –por otra parte- que Gerardo Martínez (UOCRA), que se ha reunido con la presidenta en evidente aval a ese grupo, era uno de esos gordos de la CGT menemista (sucesor de Antonio Cassia al frente de ella) y que es el mismo que está denunciado por organismos de derechos humanos de ser integrante de los agentes de inteligencia del Batallón 601.
La terca realidad se impone
Cristina –más allá de las características de personalidad que deberán en todo caso ser abordadas por los profesionales de las ciencias médicas que correspondan- pertenece a una clase que desde lo económico se encuentra fuertemente encadenada al capital imperialista, aunque no esencialmente yanqui (lo indica la cada vez más fuerte penetración extranjera, sobre todo china). Desde lo político adscribe al posmarxismo, donde las posibilidades (siempre hablan de lo posible) se mueven dentro de los márgenes que el capitalismo de la democracia liberal establece. Por lo tanto no es de esperar ninguna acción emancipadora real, su fuerza de sustento son los mismos sectores que oprimen al pueblo. Su retórica progresista termina en el momento en que la realidad objetiva se impone.
El gobierno cristinista no carece de cierto tipo de importantes iniciativas políticas, hasta es capaz de promover determinadas medidas que puede presentar aparatosamente como grandes avances democráticos –inclusive algunos pueden serlo, así lo ha hecho por ejemplo con algunas de las cuestiones de género- en beneficio de la sociedad.
No obstante lo dicho, lo que jamás admitirá será la disputa en el mando del capital. Por eso es lógico que no sólo no impulse ni hable de la participación de las inmensas ganancias con los trabajadores que los sectores concentrados han percibido fabulosamente (la misma presidenta ha reconocido que la han levantado “a palas”), aún siendo ello un mandato ínsito en la Constitución Nacional. Por el contrario, persiste en cobrar impuestos por este concepto sobre los salarios que apenas sobrepasan el límite de la canasta familiar. Esa es la causa principal por la que los acuerdos con sectores representativos de los trabajadores son siempre tramposos y nunca en dirección a cuestionar por ejemplo la inmensa concentración económica.
Ello es de esencia, porque si hay algo en el capitalismo que contiene una contradicción que es de su propia naturaleza, es la que se da producto del trabajo asalariado con el apoderamiento de la plusvalía, necesario elemento de acumulación cuya percepción ha fluido masivamente desde los países expoliados hacia las potencias denominadas centrales, dejando pingues beneficios a una burguesía que intermedia en los negocios a costa del saqueo de su propio país.
Cabe concluir entonces que la verdad de la realidad tarde o temprano, como siempre, se impondrá de la mano del pueblo, que en eso el argentino tiene amplia experiencia acumulada. Esta realidad hará caer la fachada de cartón sobre la que está montada la escena. En el desentrañamiento de esa realidad debemos estar vinculados todos los sectores que mínimamente estemos comprometidos en los grandes destinos de la patria, por un país que no sea llevado detrás de los cantos de sirena de los poderosos del mundo ni de los lacayos que le hacen coro, por una verdadera y real independencia. Por un país justo, federal, integrado y soberano.