La ciencia social del doble discurso
SOBRE LA
CÁSCARA DEL RELATO KIRCHNERISTA
Un análisis de la pretensión de construir la realidad desde el
“relato”.
Escribe: Víctor
Hugo Sartori
Publicado por Río Bravo el
25 de julio de 2012.
Reproducido por periódico
HOY Nº 1433 y Nº 1432
Hasta ahora nunca se había presentado una forma
de conducir donde la realidad, como método, pretenda ser construida desde lo
discursivo. Sabemos que desde siempre en general los sectores de poder que
acceden a la dirección del Estado suelen hacer lo de Cristina Kirchner, pero
nunca en el grado de perfeccionamiento y sistematización deliberada que
actualmente esgrime.
De cartón
pintado
Algunos ejemplos que grafican lo expuesto, claramente
los podemos ver en la presentación de los índices falseados que permanentemente
publica el Instituto Nacional de Estadística y Censos ocultando la inflación
que corroe diariamente los bolsillos de los asalariados; en la catarata de
anuncios que rápidamente la realidad se encarga de diluir; en la presentación
de los males que nos aquejan a los argentinos sin hacerse cargo de
responsabilidad alguna de su parte después de 9 años de gobierno y sobre lo que
asume el rol de víctima de extrañas confabulaciones golpistas; en el pago de la
deuda externa ilegítima al que eufemísticamente le llama “desendeudamiento”; en
el pago de una asignación por hijo totalmente devaluada y arrancada a la fuerza
por la lucha popular; en el sistema jubilatorio estatizado pero con base en los
mismos mecanismos perversos que lo llevaron a entregarlo al sistema
especulativo de las AFJP; a una estatización sui generis de YPF luego de haber
sido junto a su entonces esposo principales impulsores de la privatización y el
desguace; en el uso casi promiscuo de la bandera de los derechos humanos cuando
a su vez hace sancionar una ley antiterrorista como elemento de control social
que profundiza la criminalización de las luchas populares con más de 4.000 procesados;
en la presentación de pretendidas fuerzas armadas modernas y democráticas cuando
en realidad las ha convertido en simples fuerzas policiales puestas de
taparrabos al servicio del apaciguamiento de cuanta tropelía provocada por los
diferentes imperialismos, dejando al país en condiciones de virtual
indefensión, etc., etc., etc. (podríamos analizar decenas de medias verdades
vueltas en dobles mentiras en todos los órdenes: economía, política, historia).
También y como cosa novedosa el
cristino-kirchnerismo, bajo el autodenominado modelo “nacional y popular”, ha
encarado la reinterpretación de los hechos históricos acomodándolos a la
ocasión (hasta creó un Instituto de revisionismo histórico con la dirección de
Pacho O’Donnell). Parece inclusive que, desde su punto de vista, antes del 2003
solo existía la oscuridad, a lo sumo una protohistoria cuyos hechos vienen a
rescatar y a interpretar. El relato hasta tiene rasgos religiosos con
pretensiones de modelo fundacional (“Por eso decía que era necesario
profundizar ese trabajo de recuperación de dignidad nacional, comenzado el 25
de mayo de 2003”
-fragmento del discurso en conmemoración de la Independencia).
Una mega construcción desde lo
publicitario-comunicativo intenta ser el vehículo adecuado para penetrar un
mensaje masivo de falsa epopeya. El uso indiscriminado de los medios de comunicación,
la cadena nacional, el montaje -a fuerza de la dilapidación de ingentes
recursos- de espectaculares eventos artísticos culturales (¿?) abonan la
intención de imponer en la conciencia colectiva el concepto de que asistimos a
una suerte de “revolución imaginaria”, al decir de Jorge Asís.
¿Y la
esencia?
¿Toda esta parafernalia discursiva es un invento
caprichoso o tiene algún otro fundamento?. En realidad todo indica que los
Kirchner, pero sobre todo la Presidenta (así gusta designarse) es una seguidora
fiel de los postulados denominados posmarxistas que encarna principalmente el
politólogo Ernesto Laclau, quien pretende darle entidad política estructurada a
lo que llama “populismo”.
Esta teoría funciona tal cual caballo de Troya,
mostrando un aspecto exterior revestido de supuestas posibilidades de
libertades, realizaciones y felicidades, cuando el interior está conformado de
esencias profundamente conservadoras del status quo y portadoras de encadenamientos,
dependencia y frustraciones. Laclau juega con apariencia de superación de las
teorías posmodernas, pero comparte con ellas varios de sus postulados para,
finalmente, concluir dentro de los límites del modo de producción capitalista
de una “democracia plural y radicalizada” , donde se combinan los mecanismos de
mercado y la intervención del estado, éste como si fuese un árbitro.
Básicamente sus postulados devienen del
estructuralismo e indican en común la imposibilidad de concebir la realidad
como un todo, que ésta es fragmentaria y relativa, lo cual implica el
impedimento de establecer centralidades. La objetividad de la realidad social
no puede asirse ni es única, es construida desde lo discursivo.
Estas elucubraciones son derivaciones, quizá
tergiversadas, de la teoría semiótica de Ferdinand de Saussure, de donde se
desprenden dos consecuencias en referencia al análisis del lenguaje: 1º, que el
signo lingüístico es arbitrario (la relación entre significante y significado
es cultural) y 2º, que su valor es diferencial (adquiere significación en referencia
a lo que no es). Llevado al campo de las realidades sociales, ellas serían
construidas desde lo lingüístico por lo cual, y a consecuencia de la
arbitrariedad de la relación entre significante y significado, se conforma un
círculo vicioso de la cual no se puede salir. Entonces, se habla de
“significantes vacíos” que se van llenando de forma contingente y que se
articulan desde el discurso: si bien para esta corriente de pensamiento la
realidad social es un hecho existente, ella adquiere significación política en
cuanto es interpretada y articulada por quien tiene capacidad de conducción.
Mientras que los seguidores del posmodernismo
sostienen que a lo sumo se pueden pergeñar luchas individuales por demandas
concretas desde las diferentes identidades culturales (de género, raciales,
ecológicas, ambientales, etc.), y por lo tanto sin sujeto central desde lo ontológico,
el posmarxismo de Laclau en una vuelta de tuerca (coincidiendo si bien en que
la realidad es fragmentaria y que las identidades son contingentes) se propone
rescatar un nuevo tipo de sujeto, este es el “líder populista”, quien será el
que tiene el papel de articular las demandas sociales insatisfechas originadas
en las diferentes categorías identitarias. Este “líder populista” es el que logrará
la hegemonía (en el sentido posgramsciano –pobre Gramsci que lo despanzurran,
perdón, “decontruyen”- dejando la forma sin la esencia) del orden comunitario,
satisfaciendo las demandas en un plano de equivalencias desde significantes
aglutinantes de amplios sectores sociales que, reconociendo las diferentes
identidades, en base a esta articulación tendría algún viso de universalidad.
Los teóricos posmarxistas (en consecuencia los
prácticos también como Cristina) se mueven en el ámbito de los valores -”igualdad”
y “libertad”- de la democracia liberal, en la imposibilidad de cambios
sustanciales.
Ni
trabajadores, ni peronistas: posmarxistas
Del partido del cual proviene Cristina, el
Justicialismo (algunos diferencian del peronismo, sobre todo aquellos sectores
que provienen del movimiento obrero), vale decir que en su génesis experimentó
las influencias de los grandes movimientos de masas de principio del siglo 20
que coronaron, primero con la revolución socialista en la ex URSS y luego en
China, en gobiernos de nuevo tipo, llevando a la práctica los postulados
teóricos del marxismo, ello con diverso grado de desarrollo y que significaron
en los hechos y en su momento un durísimo golpe al capitalismo en lo que era
1/3 de la humanidad.
Si bien en su conformación originaria se dan
características particulares referidas al momento histórico y al contexto
mundial, lo cierto es que en esencia este movimiento policlasista devino en un
partido dirigido por sectores de burguesía nacional en fuerte alianza con la clase
obrera. Es en esa época que en el país se expande exponencialmente la industria
nacional (aunque de carácter liviano), los trabajadores alcanzan una
participación en la distribución del PBI desconocido hasta entonces y se
desarrolla el concepto de “tercera posición” a nivel político con consecuencias
en la ubicación del país en el concierto de las naciones.
En este curso de acontecimientos se consolidaron
derechos laborales como hasta ese momento no se había dado en ningún país de
América, a su vez generando la estructuración de un poderoso movimiento obrero
basado en delegados de fábrica que –entre otros aspectos- más tarde permitió
sobrellevar la dura lucha por la resistencia en épocas de la dictadura de la
fusiladora. En la confluencia entre esta burguesía nacional y el movimiento
obrero, la dirección burguesa del peronismo estableció una relación de
subordinación de la clase obrera, no obstante esta clase operaba con
importancia tal que el peronismo no puede ser concebido sin ella, se decía
–ahora no pasa de susurro- que el movimiento obrero era la “columna vertebral
del justicialismo”.
Esta afirmación -debido a la evolución de la
burguesía dominante en el justicialismo en dirección a asociarse en negocios
vinculados con capitales imperialistas- hace tiempo que en todo caso es una
manifestación vacía, por si alguno aún se atreve a pronunciarla.
Lo dicho tiene consecuencias prácticas: unas semanas
atrás, en el programa “Palabras más, Palabras menos” que se emite por TN, el
periodista Ernesto Tenembaum fue arrinconando a su entrevistado, Juan Carlos
Smith (secretario Gral. del Sindicato de Dragado y Balizamiento, integrante del
sector moyanista), inquiriéndolo sobre cuál había sido la causa real y de fondo
de que los hasta ayer aliados, hoy se hayan convertido en los peores enemigos.
Smith finalmente respondió que para el gobierno el movimiento obrero “ha
perdido centralidad” siendo reemplazado por otros actores, como los jóvenes, La
Cámpora, etc.
Smith ha dado en el clavo, pocas veces una respuesta
más justa. Más allá de lo que signifique Moyano como burócrata sindical, lo
cierto es que su fuerza depende de poder expresar los intereses de los
trabajadores, especialmente de los camioneros. Moyano no es puesto por Cristina
en la vereda de enfrente por sus presuntos negocios con fondos de la Obra
Social o por sus lazos empresariales con Covelia, sino que lo hace cuando sale
a expresar los intereses obreros: ganancias, asignaciones familiares, etc.
Justamente esto de expresar (aún tibiamente) los intereses de los trabajadores,
es lo que hizo que cientos de miles en todas las latitudes del país vieran con
simpatía la marcha del 27 de junio.
Muchos concurrieron más allá de sus pertenencias.
Inclusive se escuchaba: “Todos sabemos lo que es Moyano, pero en ésta tiene razón.”
Cristina, en tanto, es fiel a los postulados de que
la realidad es la que ella pone de manifiesto a través de su liderazgo popular
bajo el amparo de los “significantes vacíos” que va llenando y “articulando” de
manera “equivalencial”. Lo que ella no significa es perturbador (o no existe) y
se combate. Al no poder finalmente cooptar, ha decidido alentar una nueva
fractura de la CGT, así como lo hizo con la CTA, con la UCR y lo intenta
también con la FUA. Paradojalmente lo hace de la mano de los que en materia
sindical fueron los adalides de las privatizaciones en la era menemista: los
gordos de la CGT.
No es menor recordar que en aquella época, que los
adalides del modelo “Nac. & Pop” dicen aborrecer calificándola de
neoliberal, se había conformado la llamada Mesa de Enlace constituida por el
Movimiento de Trabajadores Argentinos (integrado por el Sindicato de
Camioneros, la UTA y Judiciales), el Congreso de Trabajadores Argentinos (luego
CTA) y la Corriente Clasista y Combativa (CCC). Este centro coordinador
constituyó la principal oposición en lucha al entreguista gobierno de Carlos
Menem, justo cuando Néstor Kirchner -gobernador de Santa Cruz, por el
contrario, decía que era el mejor presidente desde Perón.
No es demasiado difícil hilvanar –por otra parte- que
Gerardo Martínez (UOCRA), que se ha reunido con la presidenta en evidente aval
a ese grupo, era uno de esos gordos de la CGT menemista (sucesor de Antonio
Cassia al frente de ella) y que es el mismo que está denunciado por organismos
de derechos humanos de ser integrante de los agentes de inteligencia del Batallón
601.
La terca
realidad se impone
Cristina –más allá de las características de
personalidad que deberán en todo caso ser abordadas por los profesionales de
las ciencias médicas que correspondan- pertenece a una clase que desde lo
económico se encuentra fuertemente encadenada al capital imperialista, aunque
no esencialmente yanqui (lo indica la cada vez más fuerte penetración
extranjera, sobre todo china). Desde lo político adscribe al posmarxismo, donde
las posibilidades (siempre hablan de lo posible) se mueven dentro de los
márgenes que el capitalismo de la democracia liberal establece. Por lo tanto no
es de esperar ninguna acción emancipadora real, su fuerza de sustento son los
mismos sectores que oprimen al pueblo. Su retórica progresista termina en el
momento en que la realidad objetiva se impone.
El gobierno cristinista no carece de cierto tipo de
importantes iniciativas políticas, hasta es capaz de promover determinadas
medidas que puede presentar aparatosamente como grandes avances democráticos
–inclusive algunos pueden serlo, así lo ha hecho por ejemplo con algunas de las
cuestiones de género- en beneficio de la sociedad.
No obstante lo dicho, lo que jamás admitirá será la
disputa en el mando del capital. Por eso es lógico que no sólo no impulse ni
hable de la participación de las inmensas ganancias con los trabajadores que
los sectores concentrados han percibido fabulosamente (la misma presidenta ha
reconocido que la han levantado “a palas”), aún siendo ello un mandato ínsito
en la Constitución Nacional. Por el contrario, persiste en cobrar impuestos por
este concepto sobre los salarios que apenas sobrepasan el límite de la canasta
familiar. Esa es la causa principal por la que los acuerdos con sectores
representativos de los trabajadores son siempre tramposos y nunca en dirección
a cuestionar por ejemplo la inmensa concentración económica.
Ello es de esencia, porque si hay algo en el
capitalismo que contiene una contradicción que es de su propia naturaleza, es
la que se da producto del trabajo asalariado con el apoderamiento de la
plusvalía, necesario elemento de acumulación cuya percepción ha fluido
masivamente desde los países expoliados hacia las potencias denominadas
centrales, dejando pingues beneficios a una burguesía que intermedia en los
negocios a costa del saqueo de su propio país.
Cabe concluir entonces que la verdad de la realidad
tarde o temprano, como siempre, se impondrá de la mano del pueblo, que en eso
el argentino tiene amplia experiencia acumulada. Esta realidad hará caer la
fachada de cartón sobre la que está montada la escena. En el desentrañamiento
de esa realidad debemos estar vinculados todos los sectores que mínimamente
estemos comprometidos en los grandes destinos de la patria, por un país que no
sea llevado detrás de los cantos de sirena de los poderosos del mundo ni de los
lacayos que le hacen coro, por una verdadera y real independencia. Por un país
justo, federal, integrado y soberano.
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