Sobre el cacerolazo
Publicado en Perfil, 16/09/2012
16/09/2012
Negro sobre blanco
Por Maristella Svampa
El retorno masivo de las cacerolas ocurrido el jueves pasado en varias
ciudades del país sorprendió a propios y extraños. Sin duda, en tanto hecho
significativo, contiene varios mensajes, dirigidos no sólo al Gobierno sino
también al conjunto de la clase política, que no resulta fácil decodificar.
En primer lugar, esta dificultad en la decodificación tiene que ver con
el carácter múltiple o variopinto de las demandas, que reúne de modo
desjerarquizado desde demandas económicas (inflación, cepo al dólar), sociales
(inseguridad), hasta políticas (contra la re-reelección, contra la política de
demonización/descalificación del otro, entre otras). La heterogeneidad es,
además, ideológica, y más allá de que el cacerolazo exprese un creciente
malestar respecto de las políticas de gobierno, sería apresurado e injusto
leerlo de modo lineal, como una manifestación conservadora, tal como busca
hacer el Gobierno para deslegitimarlo o, a la inversa, afirmar dicho carácter,
como quieren hacer sectores de derecha, a fin de capitalizarlo. Ya se ha visto
que no es fácil que la clase política pueda montarse sobre movilizaciones tan
heterogéneas, a menos que se trate de demandas más específicas (o que, en la
dinámica misma, se vayan especificando), como sucedió con Blumberg y el tema de
la seguridad, la cual adoptó un sesgo ideológico claramente reaccionario.
En segundo lugar, existe una notoria asociación entre movimiento de
cacerolas y clases medias, que para algunos, marcaría una limitación. Pero lo
cierto es que las cacerolas se convirtieron en un recurso de acción propio de
las clases medias, porque éstas dejaron una huella en la memoria política, una
marca de orgullo identitario en estos sectores, desde lo sucedido en las
jornadas de diciembre de 2001, aun si estas jornadas contaron también con la
participación de sectores populares. Así, desde mi perspectiva, podría
decodificarse este cacerolazo en clave post-2001, esto es, en el marco de un
escenario de corrimiento y ampliación de la política, que tiene que ver con la
transformación del vínculo político, con el hecho de que el pueblo (o una parte
de él) entiende que la delegación de soberanía ya no es más –no puede volver a
ser– total o completa. Que en la Argentina contemporánea no se haya dado cabida
a dichas demandas de mayor participación y democratización de la política, no
significa que estas demandas se hayan desactivado, sino que las mismas entraron
en estado de latencia, con lo cual, ante determinados acontecimientos, éstas
pueden volver a hacerse manifiestas.
En suma, aquellos que consideran que la estabilidad kirchnerista vino a
suturar la crisis de la representación política vivida hace diez años, y en
función de ello tienden a ver en este tipo de movilizaciones sólo gestos
destituyentes, como en 2008, o reducirlo sólo al malestar de un sector social
pudiente, afectado en sus posibilidades de consumo debido las recientes medidas
económicas, no entienden cuál ha sido uno de los principales mensajes políticos
de aquellas movilizaciones de 2001-2002. Ilustrémoslo con un ejemplo: en 2002,
en la localidad de Jachal, provincia de San Juan, luego de que el intendente
fuera destituido, se construyó un monumento a la cacerola, que tiene una
leyenda que dice “funcionario, la cacerola vigila”… Quizá sea éste también uno
de los mensajes que todavía resuena en las cacerolas, y que no está dirigido
sólo al Gobierno sino al conjunto de la clase política.
Así, no es sólo desde su ambivalencia, su posibilidad de distorsión y
acotamiento ideológico posterior que es posible leer estas movilizaciones, sino
también desde su riqueza y diversidad, en términos de demandas y expresiones
políticas. Y en este último sentido, como símbolo potencial de la desobediencia
o la resistencia civil, este tipo de cacerolazos vienen también a poner negro
sobre blanco cuáles son los límites de la política institucional en esta nueva
era.
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